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domingo, 1 de agosto de 2010

Arantzazuko Andre Mariaren Kofradia

La Mariscala
Francisco Igartua

En una crónica sobre las presidentas del Perú se lee en la introducción: "Por esos días (1803), un pequeño cortejo formado por una pareja matrimonial y sus servidores, recorría a caballo la enorme distancia que separa el mar de la ciudad imperial de los Incas. La pareja estaba constituida por un joven y gallardo español, vasco por añadidura, que se llamaba don Antonio de Zubiaga, hidalgo de vieja estirpe guipuzcoana, cumplido caballero y hombre bondadoso y tolerante, no exento, sin embargo, de la firme arrogancia de su raza...." . En ese trayecto, doña Antonia Bernales ("mujer de carácter fuerte, altiva y orgullosa de sus pergaminos") dio a luz a la que sería futura presidenta del Perú con el mote de "La Maríscala" (Francisca de Zubiaga) quien entraría a la historia como réplica de la donostiarra Catalina de Erauso, conocida por "La monja alférez", y como émula (relativamente) de Catalina, emperatriz de Rusia, pues tuvo igual que ellas una vida aventurera y novelesca y lo mismo que ellas trató de tu a tu a los hombres de armas que se le cruzaron en el camino.
La similitud con Catalina de Erauso era tan grande que, en una oportunidad, sus enemigos políticos trataron de "dañar su reputación" anunciando el estreno teatral de una obra titulada "La Monja Alférez". Demás está añadir que el teatro fue clausurado y nadie pudo escuchar los textos de la ingeniosa manera como los adversarios de "La Maríscala" quisieron criticarla.
De ese nacimiento apresurado, casi a caballo, pasó la futura "Maríscala" a la ciudad del Cuzco donde creció en la amplia casa de sus padres, hasta que el quipuzcoano Antonio de Zubiaga se traslada a Lima, capital del virreynato, y donde Francisca y sus hermanas Antonia y Manuela, ingresan al colegio de las monjas del Convento de Santa Teresa. Allí fiel, sin saberlo, a su modelo donostiarra, Francisca se deja llevar por la mística y exige a sus padres que le den permiso para ser monja. Y lo logra. Sin embargo, duraría poco su misticismo, que, si para algo le sirvió, fue para dominar su cuerpo a punta de cilicios y otras disciplinar. Lo que le serviría más tarde para soportar como un soldado las inclemencias y penurias de las acciones militares en las que participó, ganándose el mote que la identifica.
La mocedad de doña Francisca de Zubiaga transcurre en los años previos a la independencia del Perú y al establecimiento de la República, años en los que el cuzqueño, también de origen vasco, Agustín Gamarra, era teniente coronel del ejército español y quien, bajo las órdenes de los famosos jefes Goyeneche, Pezuela y La Serna, había participado en las acciones de armas en las que los realistas derrotaron a las huestes patriotas del Alto Perú (hoy Bolivia) y vencido al levantisco Mateo Pumacahua. Pero decepcionado de la conducta realista hacia él, en 1821 decidió Gamarra presentarse ante el Libertador San Martín, que acababa de declarar la independencia peruana, y quedó al servicio de la causa libertadora. Poco después llegaría al Perú Simón Bolívar y sobre él pusieron la mirada Francisca Zubiaga y el ya general Agustín Gamarra; él deslumbrado por la personalidad del Libertador y ella, calculando su propio destino, observando las deferencias de Bolívar para con Gamarra. Doña Francisca tenía apenas 20 años, pero de inmediato entendió que su porvenir estaba en ese matrimonio. No importaba que Gamarra fuera bastante mayor que ella y viudo con hijos. Era Gamarra, además, hombre de buena presencia, educado y fino..... Y doña Francisca no esperó el regreso de su padre (que había viajado a España) para comprometerse con ese general favorito de Bolívar. Selló así su destino.
Poco después de la batalla de Ayacucho, con la que culminó la independencia americana y en la que Gamarra tuvo destacada actuación como jefe del Estado Mayor General, con el beneplácito del hogar Zubiaga Bernales, se celebró en el Cuzco la boda de la joven Francisca con el general Agustín Gamarra, nombrado por Bolívar su representante en esa ciudad.
Los cronistas de la época la describen como hermosa y tremendamente seductora. Cualidades que puso al servicio de las ambiciones de su marido (ya mariscal) y de las suyas propias. Desde el desposorio fue tejiendo las redes de su tela y con ocasión de la visita de Bolívar al Cuzco, poco después de la boda, fue ella quien coronó al Libertador con la joya de oro tachonada de diamantes que le obsequiaba la ciudad al Libertador; pero Bolívar se quitó la corona y la puso en la cabeza de la bella Francisca, quien la lució esa misma noche en el sarao de gala, fastuosa fiesta que concluyó devolviéndole ella la corona a Bolívar.
Pero no sólo su irresistible seducción en los salones puso a doña Francisca al servicio de sus ambiciones. También, y quien sabe sobre todo, usó su energía vital para rivalizar con Catalina de Erauso entrando en las batallas militares del mariscal su marido, transformándose por su valor y denuedo en Doña Pancha "La Maríscala".
Doña Francisca Zubiaga (La Mariscala), asistía a todos los combates de las guerras republicanas antes de ser presidenta del Perú " para acostumbrarme al fuego de las armas y las fatigas de los soldados". Cuando llegó al poder su marido (Gamarra) dirigió ella importantes asuntos de estado, entre otros los militares
Vistiendo el uniforme de húsar y una fusta en la mano se convierte en mujer-soldado, en heroica Capitana, reviviendo la figura de la Monja Alférez (esta vez republicana), también pendenciera y ruda como aquella donostiarra que escribió con la punta de la espada sus resonantes aventuras peruleras en el siglo XVI.
Las intrigas de "La Maríscala" y las arremetidas militares de Gamarra, de los que ella no está ausente, logran que el Congreso, atemorizado, proclame a éste presidente de la nación. "Doña Pancha -comenta uno de sus biógrafos- se había salido con la suya. Era la presidenta del Perú. ¡Y qué presidenta! La única que lo sería de veras y más allá de lo tolerado".
Se dice que sufría de una neurosis próxima a la epilepsia, que la llevaba a arrebatos de furia, como la que se cuenta descargó en un pobre oficialillo que tuvo la imprudente ligereza de comentar entre amigos, dándose tono, que había tenido una aventura amorosa con la bella "Maríscala".
Llegó el cuento a oídos de ésta y de inmediato convocó doña Pancha a los amigos del oficial, a los que conminó a decir la verdad. Y sí: eso había dicho el "procesado", quien tuvo que hacerse presente en Palacio de Gobierno a la hora de la comida al día siguiente.
"La Maríscala" lo recibió con mucha cortesía y lo invitó a su mesa donde se hallaban los dos o tres compañeros de armas del oficial. Al término de la comida "La Maríscala", suavemente, le dijo el "procesado", quien no sospechaba el porqué de su presencia en la mesa:
"¿Con qué usted ha hecho rodar la especie de que yo he sido su amante? Estos señores (los compañeros de armas del "procesado") me lo han dicho. Si es falso lo que ellos afirman, usted y yo los vamos a castigar ahora mismo; pero, si es cierto, ellos y yo lo castigaremos a usted."
El pobre oficialillo no supo qué contestar y Doña Pancha confirmó que él era el responsable del rumor. Hizo que dos esclavos negros desnudaran la espalda del maledicente y lo azoto sin piedad con su fusta inseparable.
En otra ocasión, al enterarse que un cuartel se había sublevado, se vistió con su uniforme militar y se presentó de inmediato ante los amotinados y dando dos fustazos sobre una mesa los miró desafiante y dijo: "¿Cholos, ustedes contra mi?" . La respuesta fue un gran desconcierto primero y luego estalló el entusiasmo y el fervor por "La Maríscala".
Este personaje de novela no podía dejar de estar salpicado de tragedia. En la infecunda y feroz lucha por el poder que significó esa etapa de la vida peruana, a doña Francisca, doña Pancha o simplemente "La Maríscala" le llegó la hora de la derrota y el abandono de su marido. En esas circunstancias, ya en el barco que la llevaría al destierro y a la muerte, la visitó Flora Tristán, la célebre socialista y feminista francesa, abuela del también célebre pintor Paul Gauguin y sobrina del último virrey del Perú don Pio Tristán, a quien ella había ido a visitar.
Así describe Flora Tristán a Francisca de Zubiaga en su libro "Peregrinaciones de una Paria":
"Como Napoleón, todo el imperio de su hermosura estaba en su mirada. ¡Cuánto orgullo! ¡Cuánto atrevimiento! ¡Cuánta penetración! ¡Con qué ascendiente irresistible imponía respeto, arrastraba voluntades y cautivaba la admiración! A quien Dios concede esa mirada no necesita de la palabra para gobernar a sus semejantes. Posee un poder de persuasión que se soporta y no se discute".

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