domingo, 1 de agosto de 2010

Arantzazuko Andre Mariaren Kofradia

Rastros vascos en la historia del Perú
Francisco Igartua

Si grande fue la presencia vasca en la Conquista y Virreynato del Perú, también esta se hizo presente y con mucha fuerza en la formación de la República peruana. Por lo pronto, de los nueve jefes peruanos que acompañaron a Bolívar y Sucre en las batallas que sellaron la independencia americana (Junín y Ayacucho) cinco eran de origen vasco (La Mar y Cortázar, Gamarra, Salaverry, Vivanco y Orbegozo). Y la figura más respetable, más reposada e ilustrada, más lúcida y por completo desinteresada de figurar o de lucrar con la política fue un vasco-criollo, don Hipólito Unanue, prestigioso investigador médico originario de Motrico. Participó con severa serenidad en el Primer Congreso Constituyente de la naciente república (Congreso iniciado con misa celebrada por el Dean Echague y del que fue su secretario Francisco Javier Mariátegui, una de las estrellas parlamentarias de aquellos años aurorales); pero a Unanue no se le puede encasillar como congresista, fue un sabio, un representante de la ilustración en esa aristocratizada sociedad limeña, que lo encumbró gracias al apoyo de las poderosas familias de los Landaburu. Sin embargo, su liberalismo secularizado no lo aleja, como apunta el historiador Jorge Basadre, de la recia fe de sus antepasados y en sus memorias "Mi Retiro" escribe: "en medio de esas convulsiones (de la ciencia y la filosofía) en las que me he considerado un átomo vagando en la inmensidad de la naturaleza, un fuerte sentimiento religioso me levanta siempre hacia Dios; y experimento no se qué aliento de seguridad y grandeza".
Ese espíritu abierto, espiritualmente refinado, llevó a Unanue, junto a otros hijos de vascos como él (José María Egaña y José Javier Baquíjano) a fundar en 1787 una "Academia Filarmónica", academia que después, inspirados en la Sociedad Bascongada de Amigos del País, transformaron en "Sociedad Amantes del País", editora de "Mercurio Peruano", revista que fue embrión de la conciencia cívica del Perú que estaba en gestación y promotora de las ciencias y letras peruanas. También, en esos años virreynales, Unanue fundó "Verdadero Peruano" y "Nuevo Día del Perú", dando prueba de cómo iba formándose en su mente la idea de Perú como nación independiente, aunque esa idea no surgió de una explosión emotiva, fue evolucionando en su pensamiento de una posición reformista, de convivencia entre peruanos y españoles, hasta la inevitable independencia. Estuvo en su proclamación y fue ministro de Hacienda de San Martín, quien dijo "el viejo honradísimo y virtuosísimo Unanue fue uno de los consuelos que he tenido en el tiempo de mi incómoda administración". Sin embargo, Unanue estuvo más estrechamente unido a Bolívar, ganado por el brillo intelectual del Libertador y por la idea de formar una sola comunidad de pueblos latinoamericanos.
Si Hipólito Unanue destacó como el virtuoso e ilustrado consejero de la nueva república, otros vascos de origen destacaron también, como el citado Mariátegui, en el campo político y parlamentario. Es el caso de Manuel Salazar y Baquíjano y de Manuel Lorenzo de Vidaurre, personalidad fuerte y contradictoria, prototípica del carácter vascongado, quien también estuvo entre los partidarios de Bolívar en las horas álgidas del desgobierno que siguió a la retirada de San Martín. Pero en esas fieras y revueltas épocas el poder sólo en teoría emanaba del pueblo. La voluntad popular era pura ficción. El poder lo ejercían las armas y los militares eran los que fijaban la política del país. Y en este terreno los vascos abundaron y destacaron. Por ejemplo, los cinco generales vasco-peruanos vencedores en Junín y Ayacucho fueron presidentes del Perú; a los que hay que añadir al general Rufino Echenique, quien también fue presidente en aquella etapa de formación republicana. Echenique era originario del Baztán.
No todos, sin embargo, eran militarotes de cuartel, al contrario, ninguno de ellos figuró en los salones limeños sólo por su rango político o militar. Y algunos hubo que más se distinguieron con la pluma que con la espada. Es el caso del infortunado coronel Juan de Berindoaga, que fue ministro de Tagle (el segundo fugaz presidente) y uno de los que indecisamente quedaron en el puerto de El Callao junto a los ricos aristócratas limeños que primero se unieron a la independencia con fervor patriótico, pero que luego, al sentirse desplazados por el vendaval de la historia, reaccionaron contra el estallido de la anarquía y el surgimiento de la "plebe", refugiándose en el puerto al lado de la fortaleza que no había rendido el realista Rodil. En esas circunstancias el coronel Berindoaga se vio obligado a escribir en los periódicos realistas "El Desengaño" y "El triunfo del Callao". Resultado de estas indecisiones fue que, capturado en una chalupa yendo hacia un barco chileno en busca de asilo, resultó enjuiciado y ahorcado en la Plaza Mayor de Lima, junto a otro contrario a Bolívar. Los cuerpos quedaron a la vista del público durante todo un día. Otro de los oficiales que se opuso a Bolívar y a los colombianos que lo acompañaban, Manuel de Aristizabal, acabó también ahorcado en la plaza y su cuerpo reposa en el Panteón de los próceres peruanos, junto a los de Iturregui, Arriz, Cortazar, Ugalde y de algunos vascos más.
José de la Mar y Cortazar (vasco por parte de madre y padre), otro militar que sí era bravo hasta la temeridad en los combates, vencedor en Junín y Ayacucho, no se hallaba con ánimo de ejercer el mando en la vida civil y, sin embargo, fue elegido por el Congreso presidente del Perú al retiro de Bolívar. Carente de ambición, hombre limpio, bien educado, sin astucia ni trastiendas creyó su deber dejar que el Congreso gobernara y él organizó un ejército para fijar los límites del Perú frente a Colombia. Esa expedición fue un desastre y él terminó traicionado por su compañero de armas, Gamarra, y desterrado en Costa Rica. Donde murió acompañado por su soberbio caballo, su mascota (un chivo) y sus seis esclavos negros que cargaron el ataúd hasta su tumba.
Antes de morir La Mar, viudo, sin hijos, abandonado en Cartago (Costa Rica), se casó por poder con su sobrina carnal Angela Elizalde, la que nunca lo conoció en el sentido bíblico, por lo cual, al morir, fue amortajada de blanco y con palmas, como a las vírgenes.
En una carta a Vidaurre, respondiéndole a sus insistencias para que asumiera la presidencia, La Mar se autoretrata: "habiendo que hacer bienes para la humanidad.... no tengo capacidad para hacerlo... Es una fatalidad, es un compromiso horrible que se me supongan recursos para encargarme de semejante mando; y no es justo que yo abuse de este error de concepto para perjudicar al Perú, para perjudicarme a mi mismo; es, por fin, la mayor desgracia para mi, que por no pasar por obstinado, cuando no por algo peor, vaya a Lima, como ya me estoy disponiendo, seguro de ir a perder el aprecio que me dispensan algunos hombres honrados, que han penetrado los sentimientos rectos de mi corazón".
En esta limpísima confesión se retrata el alma buena y refinada de un hombre tímido hasta el extremo de parecer depresivo, pero decidido a cumplir con lo que cree es su deber, un deber que se lo imponen.
De José de La Mar y Cortazar hace Jorge Basadre, el más lúcido historiador peruano, esta breve y bella estampa: "La guerra a que se lanzó no tuvo éxito. Sin embargo, al lado de las turbulencias y pecados que después imperaron, su figura, purificada por el infortunio y el destierro, resultó engrandecida. Y su gloria ha quedado sin fervores y sin envidias, sin apasionados ni detractores, gloria pálida que surgiere el respeto y quizá también la piedad". Quién sabe, añado yo, no tanto lo último y sí la lección de pulcritud cívica.
Agustín Gamarra, ambicioso, audaz, inescrupuloso, político con metas definidas, destituye en su cara a su amigo y se hace (no lo hacen) presidente, con base en intrigas, alianzas y traiciones. Pero no está solo don Agustín. A su lado, ordenando, mandando, imponiéndose, está su mujer doña Francisca Zubiaga, hija, según Basadre, de un "comerciante español de origen vizcaino y de una dama cuzqueña". Otros, al padre lo hacen militar, pero más confiable es la opinión de Basadre, que encaja con la principal actividad de los vascos en tierra americana.
Esta, doña Francisca Zubiaga, "La Mariscala", es todo un carácter, que en algo se asemeja, por su imponente personalidad, a Catalina la Grande, pero, por, otro lado, su vida aventurera también tiene similitudes con otra vasca que logró fama en el Perú, doña Catalina de Erauso, la Monja Alférez. Hay con la última tantas semejanzas que los opositores a doña Francisca, feroces odiadores, pusieron en el teatro para denigrarla una pieza titulada "La Monja Alférez". La indirecta era tan directa que el teatro fue clausurado y los empresarios y artistas detenidos.
Pero el tema de estas dos mujeres que comienzan de monjas y terminan vistiendo y actuando como varones de pelo en pecho, es tema largo que merece capítulo aparte, de la época hasta aquí tocada hay figuras vascas que son señeras de la historia peruana. Entre ellas, otros dos de los vencedores de Junín y Ayacucho que representaron en momentos distintos el ánimo juvenil por la renovación política. El primero fue Felipe Santiago Salaverry, joven, impetuoso, aventurero (a los 14 años estuvo en la guerra emancipadora), quien removió el sentir rebelde del pueblo y lo lanzó a la lucha por un Perú nuevo. Sin embargo, tanto ardor peruanista lo lanzó a enfrentarse a quien aspiraba a reunificar a Bolivia con el Perú. El resultado fue la derrota y su fusilamiento (heroico y romántico) dejó el nombre de Salaverry como símbolo de la renovación nacional. El otro que, poco después, despertó la misma inconformidad de la juventud, fue Manuel Ignacio de Vivanco Iturralde. Aristócrata, elegante, cultivado, su bandera fue "la regeneración", para que el poder lo ocuparan los capaces y los cultos. Fue eco del reformismo juvenil de Salaverry.
En el siglo XX siguen los rastros euskéricos en el Perú y cinco de sus presidentes llevan apellido vasco. Algunos con clara conciencia de su origen, otros no ignorantes de su raíz y uno sin la menor idea de quiénes fueron sus ancestros. Ellos fueron Nicolás de Piérola, a quien le constaba su origen navarro; Augusto B. Leguía, se sabía vasco por Leguía y por Salcedo; Manuel Odría, conocía hasta la cuna de su origen (Azpeitia) y en sus horas de ocio no se separaba de un trío de cantantes vascos; Fernando Belaúnde, no ignoraba sus raíces; y Juan Velasco, al parecer, desconocía su origen.
Se advierte por este resumen de los rastros vascos en el Perú que la emigración ha ido en descenso y, ahora último, no faltan retornos al próspero Euskadi.

Arantzazuko Andre Mariaren Kofradia

Rastros vascos en la historia del Perú
Francisco Igartua

Si grande fue la presencia vasca en la Conquista y Virreynato del Perú, también esta se hizo presente y con mucha fuerza en la formación de la República peruana. Por lo pronto, de los nueve jefes peruanos que acompañaron a Bolívar y Sucre en las batallas que sellaron la independencia americana (Junín y Ayacucho) cinco eran de origen vasco (La Mar y Cortázar, Gamarra, Salaverry, Vivanco y Orbegozo). Y la figura más respetable, más reposada e ilustrada, más lúcida y por completo desinteresada de figurar o de lucrar con la política fue un vasco-criollo, don Hipólito Unanue, prestigioso investigador médico originario de Motrico. Participó con severa serenidad en el Primer Congreso Constituyente de la naciente república (Congreso iniciado con misa celebrada por el Dean Echague y del que fue su secretario Francisco Javier Mariátegui, una de las estrellas parlamentarias de aquellos años aurorales); pero a Unanue no se le puede encasillar como congresista, fue un sabio, un representante de la ilustración en esa aristocratizada sociedad limeña, que lo encumbró gracias al apoyo de las poderosas familias de los Landaburu. Sin embargo, su liberalismo secularizado no lo aleja, como apunta el historiador Jorge Basadre, de la recia fe de sus antepasados y en sus memorias "Mi Retiro" escribe: "en medio de esas convulsiones (de la ciencia y la filosofía) en las que me he considerado un átomo vagando en la inmensidad de la naturaleza, un fuerte sentimiento religioso me levanta siempre hacia Dios; y experimento no se qué aliento de seguridad y grandeza".
Ese espíritu abierto, espiritualmente refinado, llevó a Unanue, junto a otros hijos de vascos como él (José María Egaña y José Javier Baquíjano) a fundar en 1787 una "Academia Filarmónica", academia que después, inspirados en la Sociedad Bascongada de Amigos del País, transformaron en "Sociedad Amantes del País", editora de "Mercurio Peruano", revista que fue embrión de la conciencia cívica del Perú que estaba en gestación y promotora de las ciencias y letras peruanas. También, en esos años virreynales, Unanue fundó "Verdadero Peruano" y "Nuevo Día del Perú", dando prueba de cómo iba formándose en su mente la idea de Perú como nación independiente, aunque esa idea no surgió de una explosión emotiva, fue evolucionando en su pensamiento de una posición reformista, de convivencia entre peruanos y españoles, hasta la inevitable independencia. Estuvo en su proclamación y fue ministro de Hacienda de San Martín, quien dijo "el viejo honradísimo y virtuosísimo Unanue fue uno de los consuelos que he tenido en el tiempo de mi incómoda administración". Sin embargo, Unanue estuvo más estrechamente unido a Bolívar, ganado por el brillo intelectual del Libertador y por la idea de formar una sola comunidad de pueblos latinoamericanos.
Si Hipólito Unanue destacó como el virtuoso e ilustrado consejero de la nueva república, otros vascos de origen destacaron también, como el citado Mariátegui, en el campo político y parlamentario. Es el caso de Manuel Salazar y Baquíjano y de Manuel Lorenzo de Vidaurre, personalidad fuerte y contradictoria, prototípica del carácter vascongado, quien también estuvo entre los partidarios de Bolívar en las horas álgidas del desgobierno que siguió a la retirada de San Martín. Pero en esas fieras y revueltas épocas el poder sólo en teoría emanaba del pueblo. La voluntad popular era pura ficción. El poder lo ejercían las armas y los militares eran los que fijaban la política del país. Y en este terreno los vascos abundaron y destacaron. Por ejemplo, los cinco generales vasco-peruanos vencedores en Junín y Ayacucho fueron presidentes del Perú; a los que hay que añadir al general Rufino Echenique, quien también fue presidente en aquella etapa de formación republicana. Echenique era originario del Baztán.
No todos, sin embargo, eran militarotes de cuartel, al contrario, ninguno de ellos figuró en los salones limeños sólo por su rango político o militar. Y algunos hubo que más se distinguieron con la pluma que con la espada. Es el caso del infortunado coronel Juan de Berindoaga, que fue ministro de Tagle (el segundo fugaz presidente) y uno de los que indecisamente quedaron en el puerto de El Callao junto a los ricos aristócratas limeños que primero se unieron a la independencia con fervor patriótico, pero que luego, al sentirse desplazados por el vendaval de la historia, reaccionaron contra el estallido de la anarquía y el surgimiento de la "plebe", refugiándose en el puerto al lado de la fortaleza que no había rendido el realista Rodil. En esas circunstancias el coronel Berindoaga se vio obligado a escribir en los periódicos realistas "El Desengaño" y "El triunfo del Callao". Resultado de estas indecisiones fue que, capturado en una chalupa yendo hacia un barco chileno en busca de asilo, resultó enjuiciado y ahorcado en la Plaza Mayor de Lima, junto a otro contrario a Bolívar. Los cuerpos quedaron a la vista del público durante todo un día. Otro de los oficiales que se opuso a Bolívar y a los colombianos que lo acompañaban, Manuel de Aristizabal, acabó también ahorcado en la plaza y su cuerpo reposa en el Panteón de los próceres peruanos, junto a los de Iturregui, Arriz, Cortazar, Ugalde y de algunos vascos más.
José de la Mar y Cortazar (vasco por parte de madre y padre), otro militar que sí era bravo hasta la temeridad en los combates, vencedor en Junín y Ayacucho, no se hallaba con ánimo de ejercer el mando en la vida civil y, sin embargo, fue elegido por el Congreso presidente del Perú al retiro de Bolívar. Carente de ambición, hombre limpio, bien educado, sin astucia ni trastiendas creyó su deber dejar que el Congreso gobernara y él organizó un ejército para fijar los límites del Perú frente a Colombia. Esa expedición fue un desastre y él terminó traicionado por su compañero de armas, Gamarra, y desterrado en Costa Rica. Donde murió acompañado por su soberbio caballo, su mascota (un chivo) y sus seis esclavos negros que cargaron el ataúd hasta su tumba.
Antes de morir La Mar, viudo, sin hijos, abandonado en Cartago (Costa Rica), se casó por poder con su sobrina carnal Angela Elizalde, la que nunca lo conoció en el sentido bíblico, por lo cual, al morir, fue amortajada de blanco y con palmas, como a las vírgenes.
En una carta a Vidaurre, respondiéndole a sus insistencias para que asumiera la presidencia, La Mar se autoretrata: "habiendo que hacer bienes para la humanidad.... no tengo capacidad para hacerlo... Es una fatalidad, es un compromiso horrible que se me supongan recursos para encargarme de semejante mando; y no es justo que yo abuse de este error de concepto para perjudicar al Perú, para perjudicarme a mi mismo; es, por fin, la mayor desgracia para mi, que por no pasar por obstinado, cuando no por algo peor, vaya a Lima, como ya me estoy disponiendo, seguro de ir a perder el aprecio que me dispensan algunos hombres honrados, que han penetrado los sentimientos rectos de mi corazón".
En esta limpísima confesión se retrata el alma buena y refinada de un hombre tímido hasta el extremo de parecer depresivo, pero decidido a cumplir con lo que cree es su deber, un deber que se lo imponen.
De José de La Mar y Cortazar hace Jorge Basadre, el más lúcido historiador peruano, esta breve y bella estampa: "La guerra a que se lanzó no tuvo éxito. Sin embargo, al lado de las turbulencias y pecados que después imperaron, su figura, purificada por el infortunio y el destierro, resultó engrandecida. Y su gloria ha quedado sin fervores y sin envidias, sin apasionados ni detractores, gloria pálida que surgiere el respeto y quizá también la piedad". Quién sabe, añado yo, no tanto lo último y sí la lección de pulcritud cívica.
Agustín Gamarra, ambicioso, audaz, inescrupuloso, político con metas definidas, destituye en su cara a su amigo y se hace (no lo hacen) presidente, con base en intrigas, alianzas y traiciones. Pero no está solo don Agustín. A su lado, ordenando, mandando, imponiéndose, está su mujer doña Francisca Zubiaga, hija, según Basadre, de un "comerciante español de origen vizcaino y de una dama cuzqueña". Otros, al padre lo hacen militar, pero más confiable es la opinión de Basadre, que encaja con la principal actividad de los vascos en tierra americana.
Esta, doña Francisca Zubiaga, "La Mariscala", es todo un carácter, que en algo se asemeja, por su imponente personalidad, a Catalina la Grande, pero, por, otro lado, su vida aventurera también tiene similitudes con otra vasca que logró fama en el Perú, doña Catalina de Erauso, la Monja Alférez. Hay con la última tantas semejanzas que los opositores a doña Francisca, feroces odiadores, pusieron en el teatro para denigrarla una pieza titulada "La Monja Alférez". La indirecta era tan directa que el teatro fue clausurado y los empresarios y artistas detenidos.
Pero el tema de estas dos mujeres que comienzan de monjas y terminan vistiendo y actuando como varones de pelo en pecho, es tema largo que merece capítulo aparte, de la época hasta aquí tocada hay figuras vascas que son señeras de la historia peruana. Entre ellas, otros dos de los vencedores de Junín y Ayacucho que representaron en momentos distintos el ánimo juvenil por la renovación política. El primero fue Felipe Santiago Salaverry, joven, impetuoso, aventurero (a los 14 años estuvo en la guerra emancipadora), quien removió el sentir rebelde del pueblo y lo lanzó a la lucha por un Perú nuevo. Sin embargo, tanto ardor peruanista lo lanzó a enfrentarse a quien aspiraba a reunificar a Bolivia con el Perú. El resultado fue la derrota y su fusilamiento (heroico y romántico) dejó el nombre de Salaverry como símbolo de la renovación nacional. El otro que, poco después, despertó la misma inconformidad de la juventud, fue Manuel Ignacio de Vivanco Iturralde. Aristócrata, elegante, cultivado, su bandera fue "la regeneración", para que el poder lo ocuparan los capaces y los cultos. Fue eco del reformismo juvenil de Salaverry.
En el siglo XX siguen los rastros euskéricos en el Perú y cinco de sus presidentes llevan apellido vasco. Algunos con clara conciencia de su origen, otros no ignorantes de su raíz y uno sin la menor idea de quiénes fueron sus ancestros. Ellos fueron Nicolás de Piérola, a quien le constaba su origen navarro; Augusto B. Leguía, se sabía vasco por Leguía y por Salcedo; Manuel Odría, conocía hasta la cuna de su origen (Azpeitia) y en sus horas de ocio no se separaba de un trío de cantantes vascos; Fernando Belaúnde, no ignoraba sus raíces; y Juan Velasco, al parecer, desconocía su origen.
Se advierte por este resumen de los rastros vascos en el Perú que la emigración ha ido en descenso y, ahora último, no faltan retornos al próspero Euskadi.

Arantzazuko Andre Mariaren Kofradia

¿Demonio o príncipe de la libertad?
Francisco Igartua

No es fácil calificar a Lope de Aguirre, el oñatiarra que, con insolente tú, desafió al rey Felipe II desde las lejanas Indias. Por un lado podría ser el "asombroso demonio y formidable Angel caído" de don Miguel de Unamuno; por otro, sería "Aguirre, el loco", que le era "casi simpático" a Pío Baroja; aunque la mayoría de los que se han aproximado al alucinado rebelde (incluidos Unamuno y Baroja) no dejan de quedar anonadados ante sus crímenes y atrocidades y encontrarlo "repulsivo en el orden moral". Sin que falten numerosas opiniones que, razonablemente, encuadran esas atrocidades en su época, en los violentos y desalmados años del siglo XVI, que es cuando ocurrió la rebeldía de Lope de Aguirre, el Peregrino, Príncipe de la Libertad.
Pocos, muy pocos, sin embargo, podrán discrepar con razones valederas en cuanto a que Aguirre fue quien dio el primer grito de independencia en América. Todos los documentos que existen sobre la azarosa vida de Lope de Aguirre son coincidentes en este punto.
Pueda ser que la idea de volver al Perú desde el río Marañón (Amazonas), pasando por la isla Margarita y Panamá, se le hubiera ido ocurriendo a ese soldado sin fortuna que era Lope en la travesía del río-mar, pero más certidumbre habría en creer que desde el inicio tuvo Aguirre el propósito de hacerse de una armada que le permitiera hacer lo que en una oportunidad anunció: "saldrán del Marañón otros godos que gobiernen y señoreen a Pirú como los que gobernaron a España".
Sin duda que el mítico El Dorado nada tenía que ver con las inmensidades del río Amazonas (llamado también Marañón). El oro y las riquezas estaban en el Perú
La idea la habría tenido Lope de Aguirre larvada en su magín durante buen tiempo, pues en las primeras leguas de la expedición al mando de Pedro de Ursua no se dejó sentir, casi no se le menciona y no tuvo cargo de importancia, pese a que Ursua, al iniciarse la aventura de El Dorado, declaró que él se confiaba en los "vizcaínos", pues le bastaría hablarles en vascuence. Y es muy posible que en esa primera etapa haya estado Lope tratando de indagar (hablando en euskera) si Ursua estaría dispuesto a traicionar al rey español. Este prudente sigilo lo mantuvo mucho tiempo y se desprende de sus siguientes pasos al asesinato del gobernador. Ni una palabra de marchar sobre el Perú y menos de "desnaturarse" españoles le confió el astuto oñatiarra a Fernando de Guzmán, a quien había hecho su cómplice en la muerte de Ursua, haciéndole ver que él, Guzmán, sería el nuevo jefe de la armada, tal como ocurrió. Lope de Aguirre comenzó así a tener el control de la situación, pero no confesó sus intenciones al joven veinteañero colocado por él como sucesor de Ursua. Lo siguió observando hasta que comprobó lo que él sospechaba: que el joven era más ambicioso de honores que de poder. Recién entonces lo convenció de que debía reafirmar su calidad de general de la expedición haciendo una audaz renuncia al cargo ante todo el real para luego ser confirmado. Y esto es lo que ocurrió en la solemne asamblea con misa y tambores, todo controlado por Lope de Aguirre y los suyos. Pero no sólo hubo confirmación, también, inspirado por Aguirre, habló Guzmán proponiendo escoger entre "poblar esta tierra o ir sobre el Pirú, porque soy informado que sobre esto hay diferentes pareceres en el real". El resultado fue "ir sobre el Pirú". Y concluyó la ceremonia, presente el sacerdote Henao, con firma ante el altar de cumplir lo prometido.
Pero el paso grande, el decisivo, no lo dio Lope aquel mismo día de la confirmación de Guzmán como general de la expedición. Cauteloso como era el oñatiarra esperó, aunque muy poco; y volvió a convocar a todo el real con trompetas y atabales. Ahora sí, seguro de dominar la situación, con Guzmán a la espera en casa, expuso crudamente su propuesta final:
"Caballeros, a todos nos conviene, para coronar por Rey a nuestro general, mi señor, en Panamá, que aquí lo elixamos y tengamos por Príncipe; y para esto yo digo que me desnaturo de los reinos de España, y que no reconozco por mí rey al de Castilla, ni por tal le tengo ni lo he visto... y de hoy más obedezco y tengo por mi Príncipe Rey y señor natural a D. Fernando de Guzmán, al cual entiendo coronar por Rey del Pirú". Juraron todos acompañarlo en su decisión y en desfile militar se dirigieron a "besar las manos" del Príncipe que se habían dado, reafirmando sus rúbricas ante el altar.
Quedó así sellada la primera proclama de independencia en América. ¿O cabe otra interpretación a estos hechos debidamente autenticados?
Sin embargo, como en todos los acontecimientos históricos, hay antecedentes, precursores, primeras señales. Y en este caso no hay uno sólo. En la conquista del Perú son varios los alzamientos contra el pendón real, aunque siempre en nombre del rey en insumisión a las autoridades reales. La más sonada y más próxima al gesto del fiero Lope de Aguirre fue la rebeldía de Gonzalo Pizarro frente al Pacificador La Gasca. Pero Gonzalo Pizarro no se atrevió a seguir los consejos de su lugarteniente el legendario Francisco de Carvajal quien lo instaba a desconocer al rey y hacerse él monarca de las tierras que él y sus hermanos habían conquistado con su esfuerzo y con su sangre. Bien caro pagó su error el más joven de los Pizarros. Fue humillado, escarnecido, decapitado y expuesta su cabeza en la plaza del Cuzco. Así de violenta y cruel era la época.
En ese ambiente brutal se había desarrollado la vida aventurera de Lope de Aguirre y no fue excepción blanda el oñatiarra. De sus primeras andanzas peruleras poco se sabe, aunque no pasó inadvertido y el Inca Garcilaso de la Vega, el primer peruano notable (hijo de princesa india y de capitán español), da cuenta en sus escritos de una "hazaña" que retrata al feroz orgulloso que era Lope de Aguirre. En Potosí (Bolivia) un mayor de Justicia ordenó, injustamente, que Lope fuera azotado. Esos azotes removieron su ira, no por el castigo sino por la humillación sufrida y por la sinrazón de la orden. Juró por lo tanto vengar su honor y se propuso matar al juez. Enterado éste del propósito de Aguirre esperó con susto que terminara su mandato y enseguida huyó a Lima. Pero Aguirre salió a perseguirlo a pie y descalzo ("decía que un azotado no había de andar a caballo ni parecer donde la gente lo viese"). Esta persecución duró tres años y cuatro meses. Esquivel corrió de Lima a Quito y de allí al Cuzco, donde lo alcanzó Aguirre y lo mató a puñaladas, volviendo luego a la casa del muerto para recoger su sombrero olvidado. Y remata Garcilaso de la Vega el relato escribiendo que por este hecho Aguirre ganó la admiración de la soldadesca postergada, "los soldados bravos y facinerosos decían que si hubiera muchos Aguirres en el mundo tan deseosos de vengar sus afrentas, que los pesquisidores no fueran tan libres e insolentes".
Este es el hombre iluminado y fiero, el primer proclamador de la independencia americana, a quien se le conocerá como la Ira de Dios, junto al título de El Peregrino.
Pero volvamos a la inmensidad del río y del verde amazónico. Al momento en que Fernando de Guzmán, engolosinado por los oropeles y reverencias en las que lo envolvió Lope de Aguirre, se decidió complacido a ejercer la dignidad de Príncipe y futuro Rey: "puso don Fernando casa de príncipe con muchos oficiales y gentiles hombres.... comió desde entonces solo y servíase con ceremonias de príncipe.... comenzaba sus cartas, conductas y provisiones de esta manera: Don Fernando de Guzmán, por la gracia de Dios príncipe de Tierra Firme y de Pirú y del reino de Chile".
Con los bergantines construidos en ese pueblo amazónico listos para partir, el Príncipe cometió el error de nombrar sargento mayor al donostiarra Martín Perez ("así se hacía llamar" seguramente por hacerse difícil su apellido vasco), quien era íntimo de Lope de Aguirre. Fue un error grave para él, pues con el tiempo el joven Guzmán fue ambicionando liberarse de la tutela de su maese de campo y alentado por gente descontenta de la despiadada disciplina de Lope planeó eliminarlo. Hubo dos consultas de guerra a las que no fue citado Lope de Aguirre y en las que se decidió la muerte del fiero oñatiarra. Decisión que conoció en detalle el condenado. Por lo que, adelantándose, Lope dio muerte a su Príncipe Guzmán.
Esa muerte fue una carnicería y se produjo, según la crónica de Ortiguera; de este modo: "Mandó en lo secreto a Martín Perez, sargento mayor, y a Juan de Aguirre, grandes amigos suyos que á vueltas de los otros matasen a don Fernando de Guzmán....Pareció a los amigos de Lope de Aguirre gran temeridad lo que quería hacer, por ser ya de noche y muy obscura, y ansí le dijeron que les parecía... pues se podría hacer mejor a la hora que amaneciese... Este consejo pareció bien a Lope de Aguirre... hasta que otro día quiso amanecer y á esta hora, ya que alboreaba, salieron de sus bergantines... derechos a casa de don Fernando...". En esta brevísima excursión mataron, de paso, al cura Henao (que era uno de los confabulados para matar a Aguirre) y delante del "vano y loco" Príncipe Guzmán hicieron lo mismo con todos sus asistentes que salieron a defenderlo. A Guzmán lo abatieron Martín Perez y Juan de Aguirre de un par de arcabuzazos.
Aunque es cierto que esta enloquecida Odisea no comenzó cuando Lope de Aguirre expuso sus planes (toda la travesía, desde el embarque en Moyobamba, fue un calvario de calamidades con muy pocas satisfacciones), el drama, la tragedia, adquiere caracteres pavorosos desde que él fuerza la decisión de los marañones a "desnaturarse españoles" y a arcabuzazos mata a Guzmán, quien ingenuamente había tramado la muerte de Lope a los ojos y oídos de dos amigos íntimos del oñatiarra.
Luego siguió "in crescendo" esta desorbitada Odisea... Vino la prodigiosa salida al mar, la llegada a la Isla Margarita, la traición de Munguía, la desesperada intentona de llegar a pie al Perú y la muerte dramática y atroz de Lope de Aguirre con el cadáver de su hija Elvira en los brazos. Terribles episodios a los que siempre les ronda una pregunta: ¿de no haber sido traicionado, con el navío artillado de Montesinos, hubiera podido Lope de Aguirre caer de sorpresa en Panamá y montar una gran armada?.
¿Demonio o Libertario?... Las dos cosas a la vez y en grande. No podía ser ni más ni menos quien en medio del Amazonas se autodescribió: "También decía (escriben sus cronistas) que pues su ánima ardía ya en los infiernos, que debía de hacer que sonasen en todo el mundo sus hechos, y que había de hacer subir el nombre de Aguirre hasta el noveno cielo".

Arantzazuko Andre Mariaren Kofradia

La primera cofradía en América
Francisco Igartua

"Antes paisano que Dios", frase con tufillo blasfemo, fue común entre los vascos de aquellas épocas y es frase que sintetiza el ánimo de los vascos que participaron en la Conquista y en la fundación de la institucionalidad colonial americana. Un hecho, repetido en todo el Nuevo Mundo, que se explica por el carácter cerrado del euskaldun (desconfiado de los "otros") y por la diferenciación que nacía del idioma. El euskera los unía y les permitía mantener secretos sin necesidad de pasar a la clandestinidad.
La conjunción de estos dos elementos (idioma y desconfianza) hizo que los vascos siempre andarán en grupo, grupos que algunas veces pactaron por lo bajo entre ellos, aunque las más de las veces se enfrentaron por fidelidad al bando con el que se habían comprometido. Lo que no quiere decir que no hubiera excepciones y de gruesa envergadura, algunas más que vergonzosas. Y también confabulaciones de abierta picardía.
Esta tendencia a la diferenciación, a sentirse distintos, a ser comunidad con caracteres propios, otra nación, hizo que muy pronto los vascos de América comenzaran a congregarse en reuniones exclusivas que fueron tomando forma institucional. La más antigua información sobre el tema, es la referida a los vascos de Potosí (Alto Perú), importante ciudad que creció al lado de la mítica montaña de plata que deslumbró por siglos a la imaginación europea y en la cual los vascos se hicieron ricos y poderosos, gracias a su entrega al trabajo y su habilidad para los negocios. Al finalizar el siglo XVI, la comunidad vasca de Potosí, que controlaba las fábricas mineras (el ochenta por ciento de las 132 fábricas eran de vascos en 1580), que tenía mayoría en el municipio (de los doce regidores seis eran vascos) y dominaba el mercadeo de la plata (de doce mercaderes ocho eran vascos), se constituyó en Hermandad de ayuda mutua en el templo de los agustinos del lugar, aunque no se oficializaron los estatutos. Y lo mismo ocurrió por aquellos años en la Ciudad de los Reyes (Lima), donde algunos vascos se reunían, con fines iguales y la misma informalidad de los de Potosí, en el convento de San Agustín.
Pero la primera hermandad vascongada que se organiza y se oficializa en América, es la fundada en Lima el trece de febrero de 1612. En esa fecha, formalmente, importantes comerciantes vascongados de la capital del Virreynato de Nueva Castilla se reunieron para dar poder a los siguientes "caballeros hijosdalgo de la nación vascongada" (Olarte, Cortabarría, Urdanibia, Urrutia, Arrona y Rezola) encargándoles adquirir una capilla en la "iglesia de Santo San Francisco" con el propósito de dedicarla al culto de nuestra Señora de Aranzazu. Una capilla que tendría por objeto ser punto de reunión de la Hermandad Vascongada, más conocida luego como Cofradía de la Virgen de Aranzazu, reservándose la cripta para el entierro exclusivo de los miembros de la Hermandad y sus descendientes. El 27 de diciembre de ese mismo año, concluidos los trámites de la compra, se convocó a una reunión para elegir mayordomos y redactar estatutos; estatutos que rigieron durante más de dos siglos la Hermandad limeña, y que son muy parecidos a los redactados años después en México, Santiago de Chile y otras ciudades con el mismo fin: poner en funcionamiento una Cofradía de la Virgen de Aranzazu, que congregara en exclusiva a los vascos, probándose así que lo ocurrido en Lima no fue un hecho aislado, circunscrito a esa ciudad, sino un propósito compartido por todos los vascos de América, deseosos de diferenciarse y hacer causa común entre ellos. Por algo todas estas hermandades o cofradías se organizaron bajo la advocación de Nuestra Señora de Aranzazu, el máximo símbolo religioso de los vascos, identificándolo con "nuestra nación", como dice la constitución de la primera de estas Cofradías, la fundada en la Ciudad de los Reyes en 1612.
Fueron ciento cinco hermanos los fundadores de esa primera Cofradía (35 de Quipuzcoa, 49 de Vizcaya, 9 de Navarra, 7 de Alava y 5 de las Cuatro Villas) y se conserva el nombre de ellos porque dejaron estampada su firma en el libro de elecciones de la Hermandad. Los que dieron poder para la compra de la capilla fueron Garro, Gordejuela, Echegaray, Munibe (Lope de), Munibe (Miguel de), Ortiz de Bedia, Mallea, Zabala, Ormaechea, Arcaya, Urasandi. Todos importantes comerciantes de la ciudad, lo que es otra muestra de la dedicación a los negocios de los vascos en América. Aunque en Potosí, donde en realidad se inician informalmente estas asociaciones, hay que añadir a los hombres de empresa los numerosos técnicos que dirigían en las minas la amalgama del mercurio con la plata, los azogueros.
El ánimo nacionalista de los cofrades está claro en el texto de los estatutos de la "Congregación y Hermandad que tienen fundada los Caballeros hijosdalgo que residen en esta Ciudad de los Reyes del Perú... con el fin de ejercitar entre sí y con los de su nación obras de misericordia y caridad, así en vida como en muerte... y porque la nobleza y limpieza de sangre es don de Dios... ayuda mucho a la virtud y buenas obras al ser hijos y descendientes de buenos, se ordena para mayor decoro de la Congregación que todos los que hubieren de ser recibidos en ella sean originarios de las partes y lugares sus referidos o sus descendientes... En la capilla y bóvedas de ella tienen entierro propio los hermanos y viudas de ellos, pero si éstas se casaren con personas que no lo sean pierden este derecho... también lo tienen los hijos legítimos y naturales de tales Caballeros hijosdalgo que son o hubieren sido de dicha hermandad y las mujeres que se casaren con ellos, advirtiendo que los naturales no tengan raza indígena...".
Desde el inicio, como vemos, se señala en los estatutos que la congregación está estrictamente reservada a los vascos, indicándose con claridad el territorio ("Quipuzcoa, Señorío de Vizcaya, Alava y Navarra", con una extensión precisa a "las Cuatro Villas de la costa de la Montaña que son Laredo, Castro Urdiales, Santander y San Vicente de la Barquera").
También se recogen las viejas costumbres de los euskaldunes señalándose que la igualdad debe ser respetada hasta en la muerte, por lo que "para que se eviten quejas y haya igualdad en todos los hermanos que es madre de la paz y conformidad cristiana, a ningún hermano ni hermana de cualquier condición, oficio y calidad que sea se le dé o pueda dar asiento, ni entierro particular en la capilla". Ni asiento ni sepultura que diferencie a unos de otros y, más aún, "esto ha de ser de tal manera indispensable" que no hay autoridad alguna que pueda "innovar o dispensar" esta disposición. Igualdad que se extiende hasta el caso de "personas pobres originarias de dichas provincias y descendientes de ellas (fallecidas en la ciudad), las cuales o por descuido o por falta de noticia no hayan sido registradas... se ordena que los tales se hayan de enterrar y se entierren en la capilla a costa de la Hermandad...."
La voluntad de singularizarse, de tener identidad propia, es la que anima a este y otros estatutos (México, Santiago de Chile); aunque sin llegar a desatinos. Por ejemplo, los mayordomos limeños que deciden el nombramiento de Capellanes para las capellanías que la Cofradía sostiene, deben cuidarse de que los aspirantes demuestren primero que nada solvencia moral, capacidad intelectual, don de gentes y sólo en último término están obligados a preferir a originarios de euskalherría o vascos americanos.
La Cofradía de Lima tuvo vida ininterrumpida hasta el siglo XIX y en 1857, proclamada ya la independencia peruana y establecida la República, eran 278 sus miembros, cifra significativa en la Lima de ese entonces. Sólo en 1865 entra en disolución y es absorbida por la Beneficencia Pública de la ciudad.
Sin embargo, nunca dejaron los vascos de Lima tener contacto entre ellos como hermandad vascongada y, comenzado el siglo XX, se van sucediendo algunas peñas de charla, mus y vino. Hasta que, el día 30 de Diciembre de 1950, en forma solemne, se reúne un grupo de personalidades, distinguidas por su resonancia económica y social o por la importante función pública que desempeñaban, y queda establecido el Centro Vasco de Lima. La ceremonia se realizó en un espléndido local, el Country Club, una especie de hotel rodeado de hermosos jardines que era el punto de reunión más exclusivo de la ciudad, con restaurantes y grandes salones útiles para bodas y desfiles de moda. La razón de que se diera esta extravagante amalgama de gran mundo y sociedad vasca ocurrió porque la idea de fundar el Centro partió de las conversaciones entre Jean Magnet Hiriart, vasco de Iparralde, que era el gerente general del sitio, con el encargado de los restaurantes, el bilbaino Juancho Gonzalez Sasía, gudari que partió para América luego de la caída de Bilbao en la Guerra Civil. Participaban de estas inquietudes parroquianos del lugar, sobre todo Germán Aguirre, motor del empresariado peruano, y Abel Corriquirí, también destacada personalidad de los negocios. Ambos, nacidos en el Perú, tenían honda devoción por sus raíces vascas y se dedicaron a convocar a los amigos. Las reuniones en el Country Club eran esporádicas con dos fechas obligatorias, el Aberri Eguna y el día de San Ignacio.
Fue este Centro el precursor de la actual Euskaletxea y participaron en él Martín Iñurritegui, Germán Aguirre, Rafael de Orbegozo, Abel Carriquirí, Eduardo Ibarra, Jean Magnet Hiriart, Alejandro Esparza Zañartu, Andrés Aramburu Menchaca, Germán Ortiz Montori, Dionisio Bollar, Eduardo Olano, Rodrigo Aranguena, Fermín Berasategui, Juan José Gonzales de Sasía y otros más.
Duró el Centro, siempre limitado al tiempo libre de sus importantísimos socios, lo que duró la salud y la vida de los más entusiastas.
En los años ochenta, entre los sobrevivientes o libres de achaques, se contaban Gonzalez Sasía y Berasategui, quienes se encargaron de revivir esos entusiasmos y dieron origen, el 4 de Marzo de 1986, a la Euskaletxea de la que Pedro Aramburu fue su primer presidente y que, curiosamente, ha volteado la tortilla de aquel empingorotado centro del Country Club. La Euskaletxea de hoy es un recogido y simpático local similar a las sociedades de Euskalherria, con actividades más amplias que las habituales de las de allá (viene a resultar una especie de consulado) y que se convierte los martes, al medio día, en lugar de reunión de la crema y nata de políticos, ministros y embajadores de distintas naciones designados al lugar.

Arantzazuko Andre Mariaren Kofradia

La Mariscala
Francisco Igartua

En una crónica sobre las presidentas del Perú se lee en la introducción: "Por esos días (1803), un pequeño cortejo formado por una pareja matrimonial y sus servidores, recorría a caballo la enorme distancia que separa el mar de la ciudad imperial de los Incas. La pareja estaba constituida por un joven y gallardo español, vasco por añadidura, que se llamaba don Antonio de Zubiaga, hidalgo de vieja estirpe guipuzcoana, cumplido caballero y hombre bondadoso y tolerante, no exento, sin embargo, de la firme arrogancia de su raza...." . En ese trayecto, doña Antonia Bernales ("mujer de carácter fuerte, altiva y orgullosa de sus pergaminos") dio a luz a la que sería futura presidenta del Perú con el mote de "La Maríscala" (Francisca de Zubiaga) quien entraría a la historia como réplica de la donostiarra Catalina de Erauso, conocida por "La monja alférez", y como émula (relativamente) de Catalina, emperatriz de Rusia, pues tuvo igual que ellas una vida aventurera y novelesca y lo mismo que ellas trató de tu a tu a los hombres de armas que se le cruzaron en el camino.
La similitud con Catalina de Erauso era tan grande que, en una oportunidad, sus enemigos políticos trataron de "dañar su reputación" anunciando el estreno teatral de una obra titulada "La Monja Alférez". Demás está añadir que el teatro fue clausurado y nadie pudo escuchar los textos de la ingeniosa manera como los adversarios de "La Maríscala" quisieron criticarla.
De ese nacimiento apresurado, casi a caballo, pasó la futura "Maríscala" a la ciudad del Cuzco donde creció en la amplia casa de sus padres, hasta que el quipuzcoano Antonio de Zubiaga se traslada a Lima, capital del virreynato, y donde Francisca y sus hermanas Antonia y Manuela, ingresan al colegio de las monjas del Convento de Santa Teresa. Allí fiel, sin saberlo, a su modelo donostiarra, Francisca se deja llevar por la mística y exige a sus padres que le den permiso para ser monja. Y lo logra. Sin embargo, duraría poco su misticismo, que, si para algo le sirvió, fue para dominar su cuerpo a punta de cilicios y otras disciplinar. Lo que le serviría más tarde para soportar como un soldado las inclemencias y penurias de las acciones militares en las que participó, ganándose el mote que la identifica.
La mocedad de doña Francisca de Zubiaga transcurre en los años previos a la independencia del Perú y al establecimiento de la República, años en los que el cuzqueño, también de origen vasco, Agustín Gamarra, era teniente coronel del ejército español y quien, bajo las órdenes de los famosos jefes Goyeneche, Pezuela y La Serna, había participado en las acciones de armas en las que los realistas derrotaron a las huestes patriotas del Alto Perú (hoy Bolivia) y vencido al levantisco Mateo Pumacahua. Pero decepcionado de la conducta realista hacia él, en 1821 decidió Gamarra presentarse ante el Libertador San Martín, que acababa de declarar la independencia peruana, y quedó al servicio de la causa libertadora. Poco después llegaría al Perú Simón Bolívar y sobre él pusieron la mirada Francisca Zubiaga y el ya general Agustín Gamarra; él deslumbrado por la personalidad del Libertador y ella, calculando su propio destino, observando las deferencias de Bolívar para con Gamarra. Doña Francisca tenía apenas 20 años, pero de inmediato entendió que su porvenir estaba en ese matrimonio. No importaba que Gamarra fuera bastante mayor que ella y viudo con hijos. Era Gamarra, además, hombre de buena presencia, educado y fino..... Y doña Francisca no esperó el regreso de su padre (que había viajado a España) para comprometerse con ese general favorito de Bolívar. Selló así su destino.
Poco después de la batalla de Ayacucho, con la que culminó la independencia americana y en la que Gamarra tuvo destacada actuación como jefe del Estado Mayor General, con el beneplácito del hogar Zubiaga Bernales, se celebró en el Cuzco la boda de la joven Francisca con el general Agustín Gamarra, nombrado por Bolívar su representante en esa ciudad.
Los cronistas de la época la describen como hermosa y tremendamente seductora. Cualidades que puso al servicio de las ambiciones de su marido (ya mariscal) y de las suyas propias. Desde el desposorio fue tejiendo las redes de su tela y con ocasión de la visita de Bolívar al Cuzco, poco después de la boda, fue ella quien coronó al Libertador con la joya de oro tachonada de diamantes que le obsequiaba la ciudad al Libertador; pero Bolívar se quitó la corona y la puso en la cabeza de la bella Francisca, quien la lució esa misma noche en el sarao de gala, fastuosa fiesta que concluyó devolviéndole ella la corona a Bolívar.
Pero no sólo su irresistible seducción en los salones puso a doña Francisca al servicio de sus ambiciones. También, y quien sabe sobre todo, usó su energía vital para rivalizar con Catalina de Erauso entrando en las batallas militares del mariscal su marido, transformándose por su valor y denuedo en Doña Pancha "La Maríscala".
Doña Francisca Zubiaga (La Mariscala), asistía a todos los combates de las guerras republicanas antes de ser presidenta del Perú " para acostumbrarme al fuego de las armas y las fatigas de los soldados". Cuando llegó al poder su marido (Gamarra) dirigió ella importantes asuntos de estado, entre otros los militares
Vistiendo el uniforme de húsar y una fusta en la mano se convierte en mujer-soldado, en heroica Capitana, reviviendo la figura de la Monja Alférez (esta vez republicana), también pendenciera y ruda como aquella donostiarra que escribió con la punta de la espada sus resonantes aventuras peruleras en el siglo XVI.
Las intrigas de "La Maríscala" y las arremetidas militares de Gamarra, de los que ella no está ausente, logran que el Congreso, atemorizado, proclame a éste presidente de la nación. "Doña Pancha -comenta uno de sus biógrafos- se había salido con la suya. Era la presidenta del Perú. ¡Y qué presidenta! La única que lo sería de veras y más allá de lo tolerado".
Se dice que sufría de una neurosis próxima a la epilepsia, que la llevaba a arrebatos de furia, como la que se cuenta descargó en un pobre oficialillo que tuvo la imprudente ligereza de comentar entre amigos, dándose tono, que había tenido una aventura amorosa con la bella "Maríscala".
Llegó el cuento a oídos de ésta y de inmediato convocó doña Pancha a los amigos del oficial, a los que conminó a decir la verdad. Y sí: eso había dicho el "procesado", quien tuvo que hacerse presente en Palacio de Gobierno a la hora de la comida al día siguiente.
"La Maríscala" lo recibió con mucha cortesía y lo invitó a su mesa donde se hallaban los dos o tres compañeros de armas del oficial. Al término de la comida "La Maríscala", suavemente, le dijo el "procesado", quien no sospechaba el porqué de su presencia en la mesa:
"¿Con qué usted ha hecho rodar la especie de que yo he sido su amante? Estos señores (los compañeros de armas del "procesado") me lo han dicho. Si es falso lo que ellos afirman, usted y yo los vamos a castigar ahora mismo; pero, si es cierto, ellos y yo lo castigaremos a usted."
El pobre oficialillo no supo qué contestar y Doña Pancha confirmó que él era el responsable del rumor. Hizo que dos esclavos negros desnudaran la espalda del maledicente y lo azoto sin piedad con su fusta inseparable.
En otra ocasión, al enterarse que un cuartel se había sublevado, se vistió con su uniforme militar y se presentó de inmediato ante los amotinados y dando dos fustazos sobre una mesa los miró desafiante y dijo: "¿Cholos, ustedes contra mi?" . La respuesta fue un gran desconcierto primero y luego estalló el entusiasmo y el fervor por "La Maríscala".
Este personaje de novela no podía dejar de estar salpicado de tragedia. En la infecunda y feroz lucha por el poder que significó esa etapa de la vida peruana, a doña Francisca, doña Pancha o simplemente "La Maríscala" le llegó la hora de la derrota y el abandono de su marido. En esas circunstancias, ya en el barco que la llevaría al destierro y a la muerte, la visitó Flora Tristán, la célebre socialista y feminista francesa, abuela del también célebre pintor Paul Gauguin y sobrina del último virrey del Perú don Pio Tristán, a quien ella había ido a visitar.
Así describe Flora Tristán a Francisca de Zubiaga en su libro "Peregrinaciones de una Paria":
"Como Napoleón, todo el imperio de su hermosura estaba en su mirada. ¡Cuánto orgullo! ¡Cuánto atrevimiento! ¡Cuánta penetración! ¡Con qué ascendiente irresistible imponía respeto, arrastraba voluntades y cautivaba la admiración! A quien Dios concede esa mirada no necesita de la palabra para gobernar a sus semejantes. Posee un poder de persuasión que se soporta y no se discute".

Arantzazuko Andre Mariaren Kofradia

El Caballero de la Espuela Dorada
Francisco Igartua

Tierra signada por el destino con la sombras trágicas de las luchas intestinas, los esquinazos, las pugnas y tensiones internas, no podía ingresar a la historia de la cultura Occidental de manera distinta a como lo hizo. Al llegar al Perú, Francisco Pizarro, el extremeño analfabeto, astuto e inteligente que lo conquistaría, encontró al Incario saliendo de una guerra civil en la que Atahualpa venció a Huascar; y al morir Pizarro (asesinado) se volvió sin cuartel la sangrienta pugna que ya separaba a pizarristas y almagristas, guerra civil entre españoles que concluyó con Gonzalo Pizarro enfrentándose al rey, rebeldía que lo llevó al cadalzo.
En estas matanzas, los "vizcaínos" (así se les identificaba a todos los vascos) participaron activamente en ambos bandos, siempre en grupo, pues el temperamento y el euskera, que los aislaba de los demás, los hacía participar en cofradía. Había, por lo tanto, cofradía vasca en las dos partes.
Andagoya no fue, pues, el único vasco vinculado a la incorporación del Perú a la historia de Occidente. Varios fueron los euskaldunes que acompañaron a Francisco Pizarro en la empresa que el alavés, por hallarse enfermo, le cedió al extremeño. Entre ellos destacó Domingo de Soraluce, uno de los trece que, en la isla del Gallo, prefirieron seguir al dorado Perú que pregonaba Andagoya, antes que volver a Panamá "a ser pobres", pasando así a la historia como "Los Trece de la Fama", entre quienes también figura un Esquibel con el nombre de Rivera.
Soraluce, nacido en Vergara al finalizar el siglo XV, acompañó a Pizarro y Almagro en los primeros pasos de la conquista del Perú, aunque, por haber quedado en San Miguel de Piura (primera ciudad fundada por Pizarro) no estuvo en Cajamarca en la captura y ajusticiamiento de Atahualpa, aquel Inca que entregó como rescate, sin lograr misericordia, un cuarto repleto de oro. Este crimen fue desaprobado por el vasco Rada, quien proponía enviar al Inca a España, y fue condenado por el emperador Carlos V.
Donde reaparece Soraluce es, acompañando a Almagro, en la fundación de Trujillo, también en la costa como Piura. Y en varias crónicas se relata que el vergalés acompaño a Francisco Pizarro en su viaje a España para que se le reconociera el título de Conquistador del Perú. Aunque algo más le concedió la Corona a Pizarro (lo hizo Marqués) y encumbró a hijosdalgo a los miembros de su comitiva, a excepción de Soraluce al que le dio la orden de Caballero de la Espuela Dorada, ya que por ser "vizcaíno" era de por sí hidalgo.
Muchos otros vascos estuvieron presentes en esos primerísimos capítulos de las conquista del Tahuantinsuyo (el Imperio Inca) y la historia registra al lado de Soraluce a Pedro Vizcaíno (la primera baja, en un enfrentamiento con indios antes de llegar al Perú) y a Salcedo, Navarro, Avendaño, Lazcano, Isasaga, Aguirre (Pedro), Azpeitia, Echandía.....
Sin embargo, el Caballero de la Espuela Dorada, Domingo de Soraluce (los cronistas de la conquista peruana alteran de diversos modos su apellido) no estuvo muy a gusto en la milicia y retornó a Panamá para dedicarse a los negocios entre el itsmo y el Perú, siguiendo así la huella de su amigo Andagoya. Aunque en algo fue muy distinto al seriote alavés (casado éste virtuosamente en primera y segundas nupcias). Soraluce, el Caballero de la Espuela Dorada, fue amigo de los devaneos amorosos. Hasta el punto de que, habiéndose comprometido para volver al lado de Pizarro, prolongó y prolongó su estada en Panamá por amor a Juana Ruiz, dama hermosa que llegaba de España a Panamá para reunirse con su esposo en Nicaragua. Durante un tiempo, ya de vuelta en el Perú, lo acompañó y superó ampliamente en estos lances amorosos su sobrino Juan Ortiz de Vergara. Serían ellos, aunque más el sobrino que el tío, los que sentaron la fama de caballeros galantes que alcanzaron algunos vascos que circularon por América.
Pero volvamos a Panamá a los tiempos anteriores a la llegada de doña Juana Ruiz.
La decisión de volver al lado de Francisco Pizarro no se debió a un renovado interés de Soraluce por la milicia, sino a la visita de Hernando Pizarro, quien pasaba por Panamá llevando el quinto real al Emperador. Al ver los relucientes cántaros de oro, los vasos de plata y los mantos de plumas que le mostraba Hernando Pizarro, se decidió el Caballero de la Espuela Dorada a volver al Perú. Sin embargo, en el barco en el que saldría para España el hermano del Marqués llegó doña Juana Ruiz, la belleza que impactó al vasco y le hizo olvidar los mantos de plumas, los cántaros y los vasos del quinto real. Por esta razón retrasó su vuelta al Perú y la fue retrasando y retrasando. Hasta que un día hizo contactó con Pedro de Alvarado, el conquistador de Guatemala, quien se había aproximado a Quito y montaba una gran escuadra para ir al Perú a apoderarse del Cuzco. Decidió Soraluce tomar partido por Alvarado y se ocupó de reforzar la expedición armando dos barcos que tenía en Panamá. Pero pronto llegó gente de Almagro al itsmo y se iniciaron negociaciones con Alvarado, negociaciones que concluyeron en una transacción económica y la retirada de Alvarado a Guatemala.
Los caprichosos vaivenes de la política colocaron al Caballero de la Espuela Dorada en la realidad y como su vocación no era precisamente la milicia, salió de todos modos hacia el Perú con las dos naves que tenía fletadas, la "Buenaventura" y la "Santa Clara", pero no cargadas de armas y caballos como tenía previsto, sino de abundante mercadería. Siguió, pues, en los negocios, que era lo suyo, hasta que, muy enfermo, decidió viajar a España. Murió en la travesía y lo enterró en Panamá su amigo Pascual de Andagoya.
Después del arreglo con Alvarado en Panamá, muchos de los vascos que se habían enrolado en las filas del gobernador de Guatemala pasaron a las de Pizarro y Almagro, el artífice del acuerdo con Alvarado. La mayoría eran amigos de Soraluce, pero no lo siguieron a él en los negocios sino que persistieron en la aventura hasta el final y algunos participaron en la muerte de Pizarro. La historia registra los nombres de Ayala, Añasco, Guevara, Idiaquez y Rada, quien sería la mayor figura almagrista.
Don Domingo de Soraluce nunca dejó de estar ligado al Perú. Por ejemplo, en la definitiva salida de Pizarro hacia el imperio incaico (siempre desde Panamá), él y sus amigos vascos no sólo lo acompañaron sino que uno de los navíos de la expedición era propiedad del futuro Caballero de la Espuela Dorada. Esto ocurrió poco después de la Capitulación firmada en Toledo en junio de 1529, por la cual Francisco Pizarro quedó como vencedor en sus disputas con Diego de Almagro y Hernando de Luque (el otro socio de la expedición de 1524). La capitulación nombraba gobernador y capitán general vitalicio del Perú a Pizarro, dejando a Almagro reducido al mando de la fortaleza de Tumbes y al clérigo Luque a obispo del mismo lugar.
El 6 de Enero de 1535, luego de algunas dudas entre establecer la capital en el centro del territorio (según norma española) o colocarla cerca de un puerto de escape, el cerebral Pizarro se decidió por lo segundo y fundó la Ciudad de los Reyes (Lima) ; la que, desde esa fecha, fue centro de operaciones de todo lo que ocurriría en América del Sur, a excepción del Caribe, que tenía comunicación directa con España.
La ciudad de los Reyes y antes el Cuzco, serían los puntos de partida para las expediciones a todo el cono sur de América, empresas en las que nunca faltaron los vascos o "vizcaínos". Del Cuzco partió Almagro con muchos "vizcaínos" a la Conquista de Chile, donde no dejaron buena fama y de donde volvieron cariacontecidos por no haber hallado el oro que creyeron allí existía. Y varios de esos "vizcaínos" (Rada, Bilbao, Sojo, Arbolancha, Enciso, Navarro) fueron los que dieron muerte a Pizarro en su casa de Lima, (el que dio la estocada mortal habría sido Martín de Bilbao), lo que no fue el comienzo sino uno de los puntos culminantes de esa larga guerra civil en la que hubo vascos en los dos bandos.
De la Ciudad de los Reyes partió a Chile Alonso de Ercilla, en las huestes de Valdivia, para borrar la mala fama de la primera expedición, alcanzar gloria militar en la epopeya que fue la guerra contra los valerosos araucanos y deslumbrar al mundo con una joya literaria, La Araucana, un canto épico que, sin embargo, sólo en parte es crónica de la gesta en la que Ercilla demostró destreza y valor tan grandes con la espada y el arcabus como lo hizo luego con la pluma al rememorar desde España aquella heroica confrontación que no tuvo fin, pues nunca lograron los conquistadores dominar a Arauco. También de Lima salieron los vascos que encontraron renombre y riquezas pasmosas en Potosí. Y en Lima pasó buen tiempo don Juan de Garay, quien salió del Alto Perú para fundar Buenos Aires, lugar de arribo para muchísimos vascos en los siglos que siguieron.
Este es el país que en 1521 descubrió y entrevió sus riquezas el euskaldun don Pascual de Andagoya, el amigo de don Domingo de Soraluce, "Caballero de la Espuela Dorada".

Arantzazuko Andre Mariaren Kofradia

Andagoya: Descubridor del Perú
Francisco Igartua

Fue un vasco, hijodalgo e ilustrado, hábil en euskera y castellano, nacido entre los años 1494 y 95 en el valle de Cuartango (Alava) el que descubrió y hasta les dio nombre a las tierras que por entonces dominaban los Incas del Cuzco y que más tarde serían el Virreynato del Perú, o sea lo que hoy son las repúblicas de Ecuador, Perú, Bolivia y buena parte de Chile y Colombia. Se llamaba Pascual de Andagoya y siendo muy joven había pasado a América "para ser más". Y sin duda lo logró, aunque al dinero y poder alcanzados debió añadir envidias y rencores sin cuento. Fue hombre de temperamento fuerte, taciturno, "antipático" dirían algunos y sincero amigo y defensor de los indígenas.
Siendo todavía joven, a los veintiocho años (1522), se había aventurado, en expedición financiada por él, al sur de Panamá, hasta una región que se llamaba Chochama, en territorio hoy colombiano. Ahí el recio alavés hizo amistad y comunicación verbal con los indios (es de suponer que su calidad de bilingüe y su cultivada inteligencia le facilitaron el contacto) lo que le permitió escribir posteriormente: "descubrí, conquisté y pacifiqué una gran provincia de señores que se llama Perú donde tomó nombre toda la tierra por delante".
Era la primera vez en la historia europea que se mencionaba el nombre de Perú en referencia al también hasta entonces desconocido Imperio de los Incas, del que le hablaron a Andagoya el cacique de Chochama y otros indígenas, a quienes acompañó a combatir a los guerreros de Virú, o sea los ejércitos de avanzada incaicos que estaban dedicados a extender los Cuatro Suyos del Imperio. ¿De dónde sacó Andagoya el nombre de Perú para referirse al incario? Se supone, sólo se supone, que fue por deformación del término Virú empleado por sus amigos indios de Chochama para, al parecer, referirse al sur en general. Lo único cierto es que Pascual de Andagoya fue el primer europeo en mencionarlo y en hacer contacto con el Imperio de los Incas.
La otra pregunta que se desprende de este hecho es ¿cómo logró el euskaldun Andagoya trato tan afable con los indígenas del territorio que conquistó? El mismo responde que lo conquistó y "pacificó", o sea que estableció la paz entre su gente y la gente del cacique de Chochama, su amigo, con quien logró dialogar largo y tendido. Son muchas las acusaciones que se le han hecho al "antipático" alavés (implacable en los negocios, ladrón, intrigante, altanero) pero nadie podrá decir que fue cruel o abusivo con los indios. Al contrario, su amistad con ellos fue tan fuerte que, cuando estuvo a punto de ahogarse porque se voltio la piragua en la que remontaba un río, el cacique de Chochama lo estuvo sosteniendo para salvarlo de las aguas y de las armaduras que llevaba puestas. Ese reyezuelo, su mejor amigo en aquellos parajes, fue seguramente quien le organizó el grupo de traductores y guías con los que volvió a Panamá para curarse del enfriamiento que le produjo el largo remojón en el río y para organizar una expedición mayor y mejor pertrechada.
Sus planes se frustraron por la enfermedad, que se hizo grave y le impidió montar a caballo; y ésta fue la razón por la que transfirió sus derechos de conquista a Francisco Pizarro, incluidos los traductores y guías a los que él había enseñado a expresarse en castellano. Estos fueron pieza clave en la conquista del Imperio que ya se llamaba Perú y que sólo oficialmente fue Nueva Castilla.
El tiempo que tardó Andagoya en recuperarse y poder volver a montar a caballo lo dedicó a los negocios, terreno en el que, como otros vascos, fue habilísimo; lo que le permitió ser su propio habilitador en las empresas expedicionarias que armó.
Sin embargo, antes de volver a salir en aventuras de conquista, el esforzado alavés pasó por venturas y desventuras variadas e intensas que se iniciaron con su elección a la alcaldía de Panamá (1527) para más tarde, por culpa de enemistades y envidias, ser denunciado por el nuevo Gobernador, Pedro de los Ríos, ante la Audiencia de Santo Domingo, a la vez que se le confiscaban sus cuantiosos bienes. La acusación fue de malversación en la alcaldía. Pero con hábiles intrigas logró que la Audiencia lo rehabilitara y, ya vuelto a casar, lo devolviera a Panamá (1534) donde acrecentó sus riquezas, gracias a sus recuas de mulas que hacían el transporte por el itsmo que separaba los océanos Atlántico y Pacífico. El servicio de mulas del conflictivo Andagoya era el mejor y, por lo tanto, el más caro. Sin embargo, su cuidado mayor estuvo puesto en la nao "Concepción", cuya propiedad compartía con el Gobernador Barrionuevo, quien lo nombró su teniente. La "Concepción", que hacía el tráfico al Perú, le llevaba y traía noticias de las tierras descubiertas por él y que Pizarro iba conquistando. Los negocios no lo absorbían tanto como para hacerle olvidar el mundo de las prodigiosas aventuras que lo esperaban allá al sur. Hacía ya tiempo que había vuelto a cabalgar y el destino lo empujaba a morir en el Perú.
Sin embargo, otros muchos sinsabores lo esperaban a Pascual de Andagoya antes de llegar a su fin entre Cuzco y la Ciudad de los Reyes (Lima).
En 1536 el juez de residencia de Panamá lo vuelve a denunciar y cargado de cadenas lo envía a España para ser juzgado por el Consejo de Indias. Pero de nuevo la fortuna va en auxilio de Andagoya y el Consejo lo declara inocente desagraviándolo con la gobernación de Río de San Juan y permitiéndole usar el Don antes de su nombre.
Desde Panamá, donde ha vuelto, parte el alavés en compañía de su cuñado, Alonso Peña, a las tierras que el Consejo le ha otorgado. Corría el año de 1540 y la gobernación de Río de San Juan, de acuerdo a los mapas de la época, estaba situada en un punto impreciso entre la Nueva Castilla de Pizarro y la que sería Nueva Granada, de Benalcázar.
A ese espacio se dirigió Don Pascual de Andagoya y lo primero que hizo al llegar a sus costas con 140 soldados, cuarenta caballos, un galeón, una carabela y dos bergantines, fue fundar la ciudad de Buenaventura; donde dejó a su hijo, Juan de Andagoya, y a su cuñado, Peña, al mando de unos pocos hombres, mientras él se internaba en el territorio. Leguas adentro, en Popayán, se tropezó con huestes de Pizarro sitiadas por los indios. Rompió el cerco y se creyó con derecho a ocupar la ciudad no obstante pertenecer ésta a Sebastián de Benalcázar. La ocupó y lo mismo hizo con la villa Santa Ana de los Caballeros, a la que dio el nombre de San Juan. Pero ya antes había entrado en Cali, por lo que las iras de Benalcázar estaban desatadas contra él. No hubo enfrentamiento porque los frailes del lugar, vascos muchos de ellos, se interpusieron. Sin embargo, el Cabildo falló contra Andagoya y Benalcázar lo apresó fundamentándose en que la provisión que a él le dio el Rey abarcaba la gobernación de Río de San Juan, la misma que después le había sido otorgada a Andagoya. ¡Enredos burocráticos de entonces, de hoy y de siempre!
Para fortuna de Andagoya, en esos días desembarcó en Buenaventura (por intuición quien sabe el alavés le daría ese nombre) el Comisionado real para el Perú, don Cristobal Vaca de Castro, quien llegaba mareado por los padecimientos sufridos en el mar y necesitado de auxilio, que le fue dado con amplitud por Peña y Juan de Andagoya. Por entonces ya estaba instalada en Buenaventura la mujer (en segundas nupcias) de Don Pascual y otros familiares. Fácil le fue a Peña convencer al flamante y poderoso Comisionado regio para que interviniera a favor del desventurado gobernador del impreciso Río de San Juan. Dispuesto a sembrar la paz en el Nuevo Mundo, Vaca de Castro viajó a Popayán, se entrevistó con Benalcázar y quedó libre Andagoya, a quien Vaca le recomendó viajar a España para aclarar sus problemas en el Consejo de Indias.
CUZCO: Por estas calles incaicas paseó Andogoya sus últimos días. Sobre esas murallas incas se fue levantando la ciudad española del siglo XVI, actual centro turístico.
En España se siguió escapando del infortunio, pues hizo contacto con Pedro de la Gasca, quien salía para el Perú con plenos poderes reales para pacificar las luchas intestinas que siguieron a la muerte de Pizarro. Con él retornó Andagoya a América, donde apenas le quedaban Buenaventura y la virtual gobernación de Río de San Juan, a cargo de su hijo.
Pero el destino de Andagoya estaba trazado y lo conducía a morir en el Perú. No se quedó, pues, en su gobernación, donde había enterrado una fortuna (algo así como 70,000 pesos), sino que, partiendo de Panamá con la real flota de guerra, siguió al lado de Gasca, quien lo nombró su capitán, encargándole recoger gente en Buenaventura, mientras él (Gasca) seguiría hasta Tumbes donde se encontrarían.
Ingresó así, comandando la mitad de la caballería real, al corazón del Imperio con el que él tuvo contacto antes que cualquier otro europeo. De Tumbes subió a Cajamarca, donde los españoles habían ajusticiado al infortunado inca Atahualpa y de allí siguió a Jauja, para luego participar al lado del pabellón Real en la batalla de Jaquijahuana, donde fueron derrotados Gonzalo Pizarro y sus rebeldes.
A órdenes del Pacificador don Pedro de la Gasca, incursionó nuestro alavés por el Alto Perú (hoy Bolivia) y por un tiempo se asentó en el Cuzco, la capital del reino que él entrevió y pudo ser suyo, para pasar, siempre con Gasca, a la ciudad de los Reyes (Lima). Allí o en el camino (nada se sabe de él en aquellas fechas sino que salió del Cuzco con el Pacificador), murió Don Pascual de Andagoya, quien andaba con la salud maltrecha desde que en Jauja un caballo le propinó una coz. Así, oscuramente, desapareció de la historia el vasco que descubrió y dio nombre al Perú. Fue un hombre de su tiempo al que el destino le dio y le quitó honras y agravios, riquezas y miserias y al que nadie le podrá negar el derecho a ser llamado defensor de los indígenas.

Arantzazuko Andre Mariaren Kofradia

América y las euskaletxeak
Traducción al español del original en euskera
Francisco Igartua

Aunque haya muchísima gente en el mundo que ignore la identidad vasca y no falten hasta vascos que estimen folklóricas las diferencias de este pueblo con otros, la identidad euskaldun es una realidad que viene de muy lejos y ha persistido a través de los muchos siglos que nos separan de la época en que las tribus de Euskalherria resolvían sus problemas bajo un árbol y fueron constituyendo el reino de Navarra. Identidad que más tarde se consolidó en Fueros e hizo que los vascos establecidos en los puertos españoles de salida a América fueran calificadas por Carlos V y Felipe II de gente con "talante y costumbres diferentes". Y ya en América, son los "vizcaínos" los que siguen a Almagro para la conquista de Chile...
Esta diferenciación, que afirma la identidad vasca, da vida en 1612 a la primera Euskaletxea americana. El hecho ocurre en el convento de San Francisco, en Lima, Perú, y muy pronto es calcado en ciudad de México. A fines del siglo, esa reafirmación de identidad de los vascos afincados en América se había extendido por todo el continente; siempre como cofradías "de Nuestra Señora de Aranzazu".
Para demostrar la intención nacionalista de esas primeras Euskaletxeak, basta con leer uno de los muchos documentos de aquellas épocas, casi todos idénticos. En él, lo mismo que en los de México y Santiago, se dice: "Por cuanto en la Congregación y Hermandad que tienen fundada los caballeros hijosdalgo que residen en esta ciudad de los Reyes de Perú (Lima), naturales del Señorío de Vizcaya y Provincia de Quipuzcoa y descendientes de ellos , y naturales de la Provincia de Alava, Reino de Navarra y de las cuatro villas de la costa de la Montaña (como se ve, queda claramente demarcado el territorio)...se requeire actualizar las ordenanzas de 1612, que fue cuando se dio principio a la Ilustre Hermandad Vasconzada de Nuestra Señora de Aranzazu, para unirse y confederarse todas las personas de los lugares arriba citados... a fin de ejercitar entre sí y con los de su nación obras de misericordia y caridad... y están a continuación los nombres y apellidos de todos los hermanos con el paraje de donde son (65 de guipuzcoa, 49 del Señorío, 9 de navarra, 7 de Alava y 5 de las Cuatro Villas)."
Se trata de ordenanzas que, en algunos asuntos, llegan a extremos tan severos que hoy producirían espanto por su racismo, pero que abonan la tesis de la diferenciación vasca y se pueden ver con indulgencia si nos situamos en la mentalidad de la época en que ellas fueron elaboradas.
Después de establecer "ante todas cosas" que la nobleza y limpieza de sangre ayuda mucho a la virtud y que las buenas obras son producto del ser hijos y descendientes de buenos, " se ordena para mayor decoro de esta Congregación que todos los que hubieren de ser recibidos en ella sean originarios de las partes y lugares suso referidos o sus descendientes"..."para lo cual se advierte que no se admitan, ni entierren en su capilla persona alguna que esté manchada de judío, moro, penitenciado para el Santo Oficio, ni casado con mulata, india o negra, o que tenga algún oficio infame"...Termina esta segunda ordenanza señalando cómo deben hacerse "el examen y las averiguaciones" con sumo secreto, verbalmente y no por escrito. Sólo cuando la diligencia hubiese terminado es que será escrita y consignada en el libro de la Hermandad.
Pero no sólo de racismo están teñidas estas ordenanzas, también lo están de la igualdad que desde los tiempos ha caracterizado a los vascos. Luego, pues, de ordenar que en la capilla y bóvedas de ella tengan entierro los hermanos y las viudas de ellos-"siempre que no se hubieren casado con personas ajenas a la hermandad"- se extiende ese derecho a todos los hijos, legítimos o naturales, de los caballeros que son o hubieran sido de la Cofradia, aunque "advirtiendo que los hijos naturales no tengan raza indigna"...Más todavía. La quinta ordenanza quiere que haya igualdad en todos los hermanos "porque ésta es madre de la paz", y dispone: "a ningún hermano ni hermana de cualquier condición, oficio o calidad que sea se le dé ni se le pueda dar asiento, ni entierro particular en dicha capilla, y esto ha de ser de tal manera indispensable que los mayordomos y diputados ni los Cabildos y juntas generales no puedan dispensar en esto". O sea, dentro del más ortodoxo igualitarismo, esas primitivas Euskaletxeak no admitían privilegio alguno fuere cual fuere el caso. Alzaban con toda claridad un lema que nunca debiera ser olvidado: todos los vascos somos iguales.
Muchos más ejemplos del particularismo vasco, de la identidad euskaldun, se pueden extraer de la lectura de estos ajados documentos americanos, pero el espacio, tirano del periodismo, me obliga a concluir y lo hago con un reclamo cara al futuro. Identidad significa afirmación de lo propio y no agresión a la otredad, afirmación actualizada -repito actualizada- de tradiciones que enriquecen la salud de los pueblos y naciones y las pluralidades del ser humano. No se hace patria odiando a los otros, cerrándonos, sino integrando al sentir, a la vivencia de la comunidad euskaldun, la pluralidad del ser vasco. Por ejemplo, asumiendo como propio-porque lo es- el pensamiento de las grandes personalidades vascas, incluído el de los que han sido reacios al Bizcaitarrismo como es el caso de Unamuno, Baroja, Maeztu, figuras universales y profundamente vascas, tanto que don Miguel se preciaba de serlo afirmando " y yo lo soy puro, por los dieciseis costados". Lo decía con el mismo espíritu con el que los vascos en 1612, comenzaban a reunirse en Euskaletxeak aquí en América.