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domingo, 1 de agosto de 2010

Arantzazuko Andre Mariaren Kofradia

¿Demonio o príncipe de la libertad?
Francisco Igartua

No es fácil calificar a Lope de Aguirre, el oñatiarra que, con insolente tú, desafió al rey Felipe II desde las lejanas Indias. Por un lado podría ser el "asombroso demonio y formidable Angel caído" de don Miguel de Unamuno; por otro, sería "Aguirre, el loco", que le era "casi simpático" a Pío Baroja; aunque la mayoría de los que se han aproximado al alucinado rebelde (incluidos Unamuno y Baroja) no dejan de quedar anonadados ante sus crímenes y atrocidades y encontrarlo "repulsivo en el orden moral". Sin que falten numerosas opiniones que, razonablemente, encuadran esas atrocidades en su época, en los violentos y desalmados años del siglo XVI, que es cuando ocurrió la rebeldía de Lope de Aguirre, el Peregrino, Príncipe de la Libertad.
Pocos, muy pocos, sin embargo, podrán discrepar con razones valederas en cuanto a que Aguirre fue quien dio el primer grito de independencia en América. Todos los documentos que existen sobre la azarosa vida de Lope de Aguirre son coincidentes en este punto.
Pueda ser que la idea de volver al Perú desde el río Marañón (Amazonas), pasando por la isla Margarita y Panamá, se le hubiera ido ocurriendo a ese soldado sin fortuna que era Lope en la travesía del río-mar, pero más certidumbre habría en creer que desde el inicio tuvo Aguirre el propósito de hacerse de una armada que le permitiera hacer lo que en una oportunidad anunció: "saldrán del Marañón otros godos que gobiernen y señoreen a Pirú como los que gobernaron a España".
Sin duda que el mítico El Dorado nada tenía que ver con las inmensidades del río Amazonas (llamado también Marañón). El oro y las riquezas estaban en el Perú
La idea la habría tenido Lope de Aguirre larvada en su magín durante buen tiempo, pues en las primeras leguas de la expedición al mando de Pedro de Ursua no se dejó sentir, casi no se le menciona y no tuvo cargo de importancia, pese a que Ursua, al iniciarse la aventura de El Dorado, declaró que él se confiaba en los "vizcaínos", pues le bastaría hablarles en vascuence. Y es muy posible que en esa primera etapa haya estado Lope tratando de indagar (hablando en euskera) si Ursua estaría dispuesto a traicionar al rey español. Este prudente sigilo lo mantuvo mucho tiempo y se desprende de sus siguientes pasos al asesinato del gobernador. Ni una palabra de marchar sobre el Perú y menos de "desnaturarse" españoles le confió el astuto oñatiarra a Fernando de Guzmán, a quien había hecho su cómplice en la muerte de Ursua, haciéndole ver que él, Guzmán, sería el nuevo jefe de la armada, tal como ocurrió. Lope de Aguirre comenzó así a tener el control de la situación, pero no confesó sus intenciones al joven veinteañero colocado por él como sucesor de Ursua. Lo siguió observando hasta que comprobó lo que él sospechaba: que el joven era más ambicioso de honores que de poder. Recién entonces lo convenció de que debía reafirmar su calidad de general de la expedición haciendo una audaz renuncia al cargo ante todo el real para luego ser confirmado. Y esto es lo que ocurrió en la solemne asamblea con misa y tambores, todo controlado por Lope de Aguirre y los suyos. Pero no sólo hubo confirmación, también, inspirado por Aguirre, habló Guzmán proponiendo escoger entre "poblar esta tierra o ir sobre el Pirú, porque soy informado que sobre esto hay diferentes pareceres en el real". El resultado fue "ir sobre el Pirú". Y concluyó la ceremonia, presente el sacerdote Henao, con firma ante el altar de cumplir lo prometido.
Pero el paso grande, el decisivo, no lo dio Lope aquel mismo día de la confirmación de Guzmán como general de la expedición. Cauteloso como era el oñatiarra esperó, aunque muy poco; y volvió a convocar a todo el real con trompetas y atabales. Ahora sí, seguro de dominar la situación, con Guzmán a la espera en casa, expuso crudamente su propuesta final:
"Caballeros, a todos nos conviene, para coronar por Rey a nuestro general, mi señor, en Panamá, que aquí lo elixamos y tengamos por Príncipe; y para esto yo digo que me desnaturo de los reinos de España, y que no reconozco por mí rey al de Castilla, ni por tal le tengo ni lo he visto... y de hoy más obedezco y tengo por mi Príncipe Rey y señor natural a D. Fernando de Guzmán, al cual entiendo coronar por Rey del Pirú". Juraron todos acompañarlo en su decisión y en desfile militar se dirigieron a "besar las manos" del Príncipe que se habían dado, reafirmando sus rúbricas ante el altar.
Quedó así sellada la primera proclama de independencia en América. ¿O cabe otra interpretación a estos hechos debidamente autenticados?
Sin embargo, como en todos los acontecimientos históricos, hay antecedentes, precursores, primeras señales. Y en este caso no hay uno sólo. En la conquista del Perú son varios los alzamientos contra el pendón real, aunque siempre en nombre del rey en insumisión a las autoridades reales. La más sonada y más próxima al gesto del fiero Lope de Aguirre fue la rebeldía de Gonzalo Pizarro frente al Pacificador La Gasca. Pero Gonzalo Pizarro no se atrevió a seguir los consejos de su lugarteniente el legendario Francisco de Carvajal quien lo instaba a desconocer al rey y hacerse él monarca de las tierras que él y sus hermanos habían conquistado con su esfuerzo y con su sangre. Bien caro pagó su error el más joven de los Pizarros. Fue humillado, escarnecido, decapitado y expuesta su cabeza en la plaza del Cuzco. Así de violenta y cruel era la época.
En ese ambiente brutal se había desarrollado la vida aventurera de Lope de Aguirre y no fue excepción blanda el oñatiarra. De sus primeras andanzas peruleras poco se sabe, aunque no pasó inadvertido y el Inca Garcilaso de la Vega, el primer peruano notable (hijo de princesa india y de capitán español), da cuenta en sus escritos de una "hazaña" que retrata al feroz orgulloso que era Lope de Aguirre. En Potosí (Bolivia) un mayor de Justicia ordenó, injustamente, que Lope fuera azotado. Esos azotes removieron su ira, no por el castigo sino por la humillación sufrida y por la sinrazón de la orden. Juró por lo tanto vengar su honor y se propuso matar al juez. Enterado éste del propósito de Aguirre esperó con susto que terminara su mandato y enseguida huyó a Lima. Pero Aguirre salió a perseguirlo a pie y descalzo ("decía que un azotado no había de andar a caballo ni parecer donde la gente lo viese"). Esta persecución duró tres años y cuatro meses. Esquivel corrió de Lima a Quito y de allí al Cuzco, donde lo alcanzó Aguirre y lo mató a puñaladas, volviendo luego a la casa del muerto para recoger su sombrero olvidado. Y remata Garcilaso de la Vega el relato escribiendo que por este hecho Aguirre ganó la admiración de la soldadesca postergada, "los soldados bravos y facinerosos decían que si hubiera muchos Aguirres en el mundo tan deseosos de vengar sus afrentas, que los pesquisidores no fueran tan libres e insolentes".
Este es el hombre iluminado y fiero, el primer proclamador de la independencia americana, a quien se le conocerá como la Ira de Dios, junto al título de El Peregrino.
Pero volvamos a la inmensidad del río y del verde amazónico. Al momento en que Fernando de Guzmán, engolosinado por los oropeles y reverencias en las que lo envolvió Lope de Aguirre, se decidió complacido a ejercer la dignidad de Príncipe y futuro Rey: "puso don Fernando casa de príncipe con muchos oficiales y gentiles hombres.... comió desde entonces solo y servíase con ceremonias de príncipe.... comenzaba sus cartas, conductas y provisiones de esta manera: Don Fernando de Guzmán, por la gracia de Dios príncipe de Tierra Firme y de Pirú y del reino de Chile".
Con los bergantines construidos en ese pueblo amazónico listos para partir, el Príncipe cometió el error de nombrar sargento mayor al donostiarra Martín Perez ("así se hacía llamar" seguramente por hacerse difícil su apellido vasco), quien era íntimo de Lope de Aguirre. Fue un error grave para él, pues con el tiempo el joven Guzmán fue ambicionando liberarse de la tutela de su maese de campo y alentado por gente descontenta de la despiadada disciplina de Lope planeó eliminarlo. Hubo dos consultas de guerra a las que no fue citado Lope de Aguirre y en las que se decidió la muerte del fiero oñatiarra. Decisión que conoció en detalle el condenado. Por lo que, adelantándose, Lope dio muerte a su Príncipe Guzmán.
Esa muerte fue una carnicería y se produjo, según la crónica de Ortiguera; de este modo: "Mandó en lo secreto a Martín Perez, sargento mayor, y a Juan de Aguirre, grandes amigos suyos que á vueltas de los otros matasen a don Fernando de Guzmán....Pareció a los amigos de Lope de Aguirre gran temeridad lo que quería hacer, por ser ya de noche y muy obscura, y ansí le dijeron que les parecía... pues se podría hacer mejor a la hora que amaneciese... Este consejo pareció bien a Lope de Aguirre... hasta que otro día quiso amanecer y á esta hora, ya que alboreaba, salieron de sus bergantines... derechos a casa de don Fernando...". En esta brevísima excursión mataron, de paso, al cura Henao (que era uno de los confabulados para matar a Aguirre) y delante del "vano y loco" Príncipe Guzmán hicieron lo mismo con todos sus asistentes que salieron a defenderlo. A Guzmán lo abatieron Martín Perez y Juan de Aguirre de un par de arcabuzazos.
Aunque es cierto que esta enloquecida Odisea no comenzó cuando Lope de Aguirre expuso sus planes (toda la travesía, desde el embarque en Moyobamba, fue un calvario de calamidades con muy pocas satisfacciones), el drama, la tragedia, adquiere caracteres pavorosos desde que él fuerza la decisión de los marañones a "desnaturarse españoles" y a arcabuzazos mata a Guzmán, quien ingenuamente había tramado la muerte de Lope a los ojos y oídos de dos amigos íntimos del oñatiarra.
Luego siguió "in crescendo" esta desorbitada Odisea... Vino la prodigiosa salida al mar, la llegada a la Isla Margarita, la traición de Munguía, la desesperada intentona de llegar a pie al Perú y la muerte dramática y atroz de Lope de Aguirre con el cadáver de su hija Elvira en los brazos. Terribles episodios a los que siempre les ronda una pregunta: ¿de no haber sido traicionado, con el navío artillado de Montesinos, hubiera podido Lope de Aguirre caer de sorpresa en Panamá y montar una gran armada?.
¿Demonio o Libertario?... Las dos cosas a la vez y en grande. No podía ser ni más ni menos quien en medio del Amazonas se autodescribió: "También decía (escriben sus cronistas) que pues su ánima ardía ya en los infiernos, que debía de hacer que sonasen en todo el mundo sus hechos, y que había de hacer subir el nombre de Aguirre hasta el noveno cielo".

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